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LA INDOLENCIA DE LA JUSTICIA

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LA INDOLENCIA DE LA JUSTICIA

La noche transcurrió llena de miedos, como si la mañana se adentraba a la madrugada y el sueño se escapara por la ventana, los recuerdos de lo vivido en los últimos años rondaban la habitación, y el silencio acrecentaba más el temor que ella tenía. Eran las ocho de la mañana, como todos los días fue a dejar puntualmente a su hijo en la guardería. El valor para denunciarlo lo había recogido a fuerza de recuerdos, de callarse, de ser mujer, 10 años de violencia progresiva en su contra y de sus dos hijos (una de 15 años y otro de 3 años) habían llegado al límite y era necesario hacer algo.

El camino a la guardería, a pesar de recorrerla constantemente, le pareció distinto, era fría, gris, le dolía el alma de pensar en su silencio, le mordían los labios las lágrimas que se tragaba, el recuerdo iba y venía como un soplo de viento que hace oscilar una vela. De camino, cada vez toma con más fuerza a su pequeño, como si esa acción le renovara el valor.

Un día antes la obligó a firmar un documento donde ella cedía la guarda y custodia de su pequeño niño: “Donde se te ocurra ir de chismosa, ya sabes lo que pasara”, le dijo. La amenaza era seria, eso hizo que se acrecentara el temor que tenía con que él publicara las fotos que furtivamente y en un descuido le tomo a ella y su hija con poca ropa.

Ver a su hijo introducirse en sus aulas de clases, alivió el llanto la cual se desbordó sin esperar a dar la media vuelta. Su tristeza, su rencor y su ira la acompañaban, levantó la vista, las lágrimas que aún pendían de sus ojos, borrosamente dejaron leer “Subprocuraduría de Delitos contra la Mujer por razón de Género en Oaxaca”, donde también dice que funciona el Centro de Justicia para las Mujeres, aunque no sabe para qué servirá. Respiro profundamente y cruzó la calle.

El guardia de la entrada le indicó amablemente que debía registrarse y pasar a la “sala de espera” para que fuera atendida por la Agente del Ministerio Público en turno; en el libro de registro de entradas y salidas quedó asentado que llegó a las 8:30 de la mañana.

Mientras esperaba pacientemente, llegaron otras dos mujeres también a denunciar, en sus rostros había indicios de haber llorado igual que ella. Diversas mujeres ataviadas en su papel de funcionarias iban y venían a cada rato, de vez en vez alguien la miraba y con cierta parsimonia y somnolencia le decían: “ahorita ya la atienden, eh”; otra le dijo: “que terminen de hacer el aseo y ya la atendemos”, esa misma persona le diría minutos antes de las 9 de la mañana: “ya viene la MP que entra de turno para que la atienda porque nosotras ya nos vamos”.

Temerosa esperaba a que se cumpliera la promesa de que alguien la atendiera,  al interior se escuchaban cuchicheos y risas propias de una tertulia. Cuando dieron las nueve de la mañana empezaron a llegar otros trabajadores, en su mayoría mujeres; en eso le pidieron pasarse a la otra “sala de espera” porque iban a hacer el aseo. Irónicamente, y en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, entre las trabajadoras de la Subprocuraduría habían reclamos del porqué unas no fueron vestidas de naranja en alusión al “Día Naranja” que es una campaña impulsada desde la ONU para poner “fin a la violencia contra las mujeres”.

El reloj de la sala marcaba las nueve horas con treinta minutos de la mañana. Prácticamente al punto de la desesperación y entre sollozos, alguien se le acerca y le pide que pase a sentarse en la otra sala de espera mientras terminan de asear el otro donde inicialmente empezó su, ahora, otro martirio. La funcionaria, en tono amable pero disfrazado de una indolencia naturalizada, eufemísticamente le indica que no debe preocuparse porque están ellos para protegerla y no seguir siendo objeto de más violencia, que esto toma su tiempo porque primero debe tomársele su declaración, después debe pasar con un médico y psicóloga, que las “compañeras” están haciendo entrega y recibiendo el turno, pero mientras tanto que espere.

Al fin. Cerca de las 10 de la mañana la llaman, ella acerca al escritorio de quien se supone es la agente del ministerio público en turno. La “MP” no le presta total atención, sigue intercambiando con sus otras compañeras impresiones de la jornada del día anterior y acerca de la conveniencia o no de adquirir un equipo de celular más “ad hoc” a su posición. Después que la escuchan con cierta indiferencia, le toman su declaración ministerial, la canalizan con un médico quien después de una revisión de “rutina” (muy de rutina) dice que la cicatriz, inferida por su agresor en sus múltiples ataques, ya no sirve para el caso y no lo asienta en la constancia respectiva. Cuando vuelve con la “MP”, ella le entrega un pedazo de hoja con el número de averiguación previa iniciada, que espere que lo turnen a la mesa correspondiente y que ellos la llamaran.

Son prácticamente al medio día, tenía que estar en su trabajo desde las 9 de la mañana. Para fortuna de ella, su jefe inmediato le autorizó llegar un poco tarde. Se retira de ahí con más miedo del que llevaba. Por la tarde y al término de su jornada de trabajo, regresará a su hogar donde seguirá conviviendo con su agresor que le repetirá las amenazas de siempre, seguirá diciéndole que le quitará a su hijo, que la matará si ella habla y que si no cumple con todo esto publicará sus fotos y las de su hija en las redes sociales.

Mientras tanto, en la Subprocuraduría de Delitos contra la Mujer por razón de Género en Oaxaca se preparan para conmemorar hoy el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer sin que tengan idea mínima de la “debida diligencia” que deben observar y  que es un concepto desarrollado ampliamente por el sistema interamericano de derechos humanos en los casos de violencia hacía la mujer (Campo Algodonero, Veliz Franco, etc.).

Con esto, quienes acuden ahí se retiran con más desencanto y temor que esperanzas.

 

Texto de Benedicto Salinas Hernández y Gerardo Martínez Ortega

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